¿Quién soy sin lo que me rodea? ¿Sin mi país, sin mi ciudad, sin mi familia, sin mis amigas y amigos, sin mis vínculos, sin mis estudios, sin mis trabajos? Cuando me defino, ¿me defino a mí o me defino en base a? El tiempo y la distancia me dejan desnuda ante un lugar desconocido donde resulta que no soy nadie, porque acá no significa nada ser hija de, hermana de, amiga de, haber nacido en, estudiado en, trabajado en. De repente me saqué toda la ropa y me di cuenta de que era puro adorno, no era yo. ¿Quién soy yo, entonces? Ahí es cuando toca volver a vestirme, replantearme si esa prenda me la quiero poner o ya no me gusta (¿alguna vez me gustó o la usaba por costumbre?); darme cuenta de que esa otra prenda que nunca me animé a usar, ahora me queda cómoda; descubrir que existen roperos enteros en los que nunca indagué.
Da miedo empezar de cero. Me quedo desnuda un rato antes de encontrar qué ponerme, y a nadie le gusta estar desnuda frente a desconocidos. Además es invierno. Es más fácil estar cómoda y calentita en mi ropa de siempre, pero dicen que lo fácil no tiene recompensa. Y entre ese caos de ropa tirada por doquier pasa un año y me doy cuenta de que nunca fue la ropa, de que siempre fui yo que estaba ahí abajo escondida, pero salí. Y sigo bastante perdida, y tengo más preguntas que antes, y no entendí del todo qué ropa me quiero poner. Pero salí, y ahora puedo volver.